martes, 19 de enero de 2016

LA HIDALGUIA

En el “Romancero de Jaén”, entregado a la reina Isabel II con motivo de su visita a la ciudad en 1862, aparecen una serie de romances fronterizos, entre los que figura el siguiente, “La Hidalguía”.

Este romance narra la derrota sufrida por las huestes del belicoso Obispo Don Gonzalo de Zúñiga en 1425. Esta batalla se libró en las inmediaciones de La Guardia, siendo hecho prisionero el Obispo por los moros de Granada.


Cubierto de polvo y sangre
sin armas y sin caballo,
rotos de la fuerte cota
los engarces acerados,
el noble Pedro Mejía
de La Guardia castellano
a las puertas de la villa
llega vacilante el paso.

Ni le acompañan sus pajes,
ni resuenan por el llano
el ronco son de las trompas
de sus deudos y vasallos.

Solo viene el buen Mejía,
que al alba saliera al campo
siguiendo el pendón temido
del Obispo Don Gonzalo.

Pálida la altiva frente
desnuda del duro casco,
hondo suspiro del pecho
murmuran sus secos labios.

Y antes de pisar del foso
el ancho puente ferrado,
tiene una mirada intensa
de la sierra a lo más alto.

Allí dijo, se divisan
gozosos de nuestro daño
de la morisca insolente
los escuadrones cerrados.

Tintos en sangre cristiana
van sus alquiceles blancos.....
Jaén y Baeza hoy lloran
sus cuatrocientos hidalgos.

En ruda lidia cayeron
las lanzas hechas pedazos,
que es inútil el esfuerzo
cuando el número es escaso.

Cautivo al Obispo llevan
que fue el primero en el campo,
su pendón no flota al viento
¿por qué la vida he salvado?

Guerrero de ilustres hechos
como ninguno preclaro,
la defensa de sus hijos
y su valor le hace esclavo.

Rica es la presa, muslimes,
que os da la suerte por láuro,
y allá en Granada verán
al que siempre fue su espanto.

En mal hora buen Obispo
escuchaste al de Haro.

Rescatar quiso su hacienda
que no defendió en el campo,
causa fue de tu desdicha,
baldón eterno al de Haro.

Adiós ilustre caudillo,
que él te valga en tu quebranto,
huérfano tu pueblo queda;
pero su fe te hará salvo.

Tendió la noche sus sombras
y en la villa entró el hidalgo,
la sangre de sus heridas
mezclándola con su llanto.

Y allá desde las alturas
de los muros almenados,
se vieron brillar hogueras
en el real africano.


Gregorio Casanova.



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